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Mi amigo Hulio 01 (octubre 2018)
Hulio era un chico normal, aunque quizás un poco más inquieto que cualquiera. Su cabeza no para de dar vueltas, siempre planeando, organizando o maquinando algo. Y no sé cómo, pero siempre terminaba temiendo él algún lío.
Esa rebeldía lo hacía astuto y rápido de reflejo. Su escuela había sido la calle. Sus padres, ya de bien jovencito, lo metían en los mejores colegios de pago, con toda la intención de que esa cabeza loca se tomara las cosas con calma, pero Hulio vivía su vida a su manera. Y aquella rebeldía, que lo metía en problemas hoy en día, es uno de sus atractivos. La rebeldía le sentaba bien, Hulio era guapo, con ese toque de chico malo que a muchas mujeres les vuelve loca, y él, eso lo sabía. Su voz era fuerte, con decisión, pero tierna y aterciopelada. Su piel era morena, un moreno de ese envidiable, de los que duran todo el año. Tenía los ojos marrones como la miel y eso con su moreno le daba un extra de atractivo. Le encantaba entablar conversación con quien fuese, aunque eso terminase en una discusión. Aunque nunca dejaba las discusiones, fueran más de un par de voces y tres cervezas y tan amigos. Cuando discutía con alguien, lo hacía con conocimiento del tema, no le temía a nadie y entendía de todo un poco, o así sé lo hacía creer a los demás. Tenía conversación con cualquiera, ya fuera una persona mayor, un niño, un hombre, pero sobre todo con las mujeres. Hulio, era un imán para las chicas y tenía la que quería cuando quería, ninguna se resistía a sus encantos. No es que Hulio fuera un sex-symbol, pero tenía algo en su mirada. Una mirada, penetrante y dulce a la vez. Cuando te miraba, sabías exactamente lo que te quería decir, te hacía sentir especial, aun a sabiendas de que esa misma táctica la utilizaba con todas. Se le daba muy bien seducir, y como se lo propusiera, no había chica que se resistiera, ni a sus ojos, ni a su sonrisa. Es ese tipo de sonrisa, que te entra por los ojos y te atraviesa, como si una descarga de electricidad te recorriera el cuerpo. Mi amigo, Hulio había sufrido mucho por amor, y se negaba a volver a pasar por ese dolor. Ahora era como si a un corazón lo rodeas de algodón, y lo forras de espina. Tienes que pinchar varias veces para tocar su alma. Y no todas lo consiguen, Hulio tenía dos grandes armas de seducción, sus ojos y su manera de hablar. Cuando te hablaba, te miraba de frente, sus ojos se clavan en los tuyos de tal manera, que te quedabas bloqueada. Eso lo he visto muchas veces, he visto cómo las chicas temblaban a su lado.
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Se desvivía en complacerlo, todas con afán de ser sus novias. Pero Hulio no estaba por la labor de tener novia, su corazón estaba roto y no tenía ninguna intención de arreglarlo. ¿Quién no tiene miedo a enamorarse? Hulio quería enamorarse, pero no había visto en ninguna chica, la magia. Esa magia que hace que los pedacitos de corazón roto se recompongan solos. Mi amigo Hulio se convirtió en uno de los mejores amigos que tengo desde hace tiempo, incluso habiéndonos conocido Rebe y yo antes. No tenía con Rebe esa química que con el tiempo cogí con Hulio.
Hulio y yo nos conocimos de una manera muy curiosa, lo que algunos llamarían casualidades de la vida. Hulio se había trasladado a la ciudad, aunque con el trabajo que tenía en invierno casi no lo veíamos. Él era comercial de chimeneas. En verano ya la cosa cambiaba.
Rebeca, era propietaria de un bar y como todas las tardes me iba a tomar café con ella. En la primera semana de agosto, Rebeca se había quedado sin camarera y de vez en cuando yo le echaba una mano, poca la verdad, porque yo de hostelería no entiendo, ni tengo paciencia. Pero en ese mes me tuve que aguantar y la verdad es que no lo pasé tan mal como me creía. La gente era bastante comprensiva y sabía que le echaba una mano a mi amiga.
Hulio llegó una tarde, pidió su carajillo de Baileys, cosa que sigue haciendo y cogió su periódico deportivo. Empezó a comentarme los partidos de fútbol habidos y por haber. A mí, que no me gusta el fútbol, y la verdad me estaba agobiando. Intentaba ser amable, pero me estaba sacando de quicio. A él le encanta llevar a la gente al límite, fuera cual fuera el tema. Lo había visto un par de veces en el bar, pero siempre en invierno y corriendo. Nunca me había fijado en su manera de vestir, o quizás esa vez, me fijé más de lo normal. Hacía tiempo que no coincidíamos en verano. Un día, quizás, a mediados de agosto, no recuerdo bien, apareció por el bar con un pantalón blanco corto, y camisa rosa, remangada hasta el codo, (un gesto que me parece de lo más elegante en un tío) y un gran olor a perfume que invadió el bar. Ese olor todavía lo retengo en mi memoria. Para cualquier otra persona solo era un perfume de hombre que olía bien. Pero para mí, que me encantan los perfumes de hombre, hizo que lo sintiera antes de verlo, menos mal que era él. ¿Por qué mi imaginación, empezaba a volar, y a imaginarme al hombre que llevaba puesto ese perfume? Nada que ver con la realidad. Llevaba puestas unas alpargatas de color rosas, algo inusual en un hombre, pero que él lucía como nadie. De su vestimenta, se podría decir que era dulce, pero sus andares resultaban pretenciosos con un toque de chulería. Su tono de voz era grave, que lo hacía parecer más grande, aunque de altura era más bien bajo. Allí me quedé aspirando ese olor tan placentero, que invadió cada rincón del bar.
Al cabo de un rato llegó Rebeca, y me digo.
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—¿Ya conociste a mi amigo gay? Yo, inocente, le dije, pues la verdad no me di cuenta de que, si entró algún gay, pero si me lo describes cómo es, pues quizás te pueda indicar si pasó por el bar. Contesté amablemente.
Ella se echó a reír. Y Hulio también, había complicidad entre ellos.
No entendía por qué se reían, aunque conociendo a Rebe, de seguro era alguna de sus bromas.
—¿Así, qué gay?… ¡Será cabrona!… gritó Hulio, y corrió detrás de ella para atraparla.
Rebeca intentaba que no la pillase, pero los ataques de risa no la dejaban correr. Hulio no tardó en atrapar a Rebe, y los dos se fundieron en un abrazo entre besos y cosquillas. Y ya en ese momento Rebeca nos presenta oficialmente. Rebe, Hulio y yo ya nos despegamos desde ese día. Casi siempre nos vemos más, en verano, que es cuando él tiene menos trabajo, pero siempre estamos enganchados al móvil o buscamos un día a la semana para vernos.
— Hulio la verdad, que, al entrar en el bar, te miré de reojo y también pensé que eres gay, pero que no pasa nada. Le sonreí con malicia. Él, la verdad que se lo tomó bien, aunque su respuesta me dejó algo sorprendida, sé que lo decía de broma (cuando quieras te lo demuestro) me dejó anonadada, no sabía qué contestar. Menos mal que Rebeca le dio un coscorrón y le dijo: “Ya estamos ligando, Hulio, no pierdes tirada, eh.” Aunque hice como que no pasaba nada, no paraba de darle vueltas a la respuesta. Tenía esa sensación entre, no me lo esperaba y no sabía si tomármelo bien o mal. Pasado un rato, fui calmando y recordando que era el mismo chico simpático, que conocía de antes y que estaba acostumbrado a lanzar la caña, sin a veces darse cuenta de quién era caza o quién era amiga. Con su labia y esos ojazos era normal que se llevara a cualquier chica, y normal que echará siempre la caña a pescar, sabía que tocarían. Pasó muy rápido las semanas en el bar y he de decir que no estuvo mal del todo, ya que le estaba cogiendo el tranquilo al bar, va y termina. Rebeca insistía en que me quedara y, aunque he de admitir que me lo pensé, sé que mejor así. Volví a mi rutina de siempre y a ser amiga, cliente del bar de Rebeca.
Hulio ya casi venía todas las tardes, y hablamos mucho los tres. Entre los tres había un buen rollo que te hacía sentir cómoda, querida, y nunca faltaban las risas. Yo soy una chica normal que su vida pasó muy deprisa y él, un chico normal que sabia saborear.
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