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TE   ATREVES   A   LEERME  .           ( M.L.C )

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UNA GALLEGANDALUZA.

Diciembre 2020

Yo nací en un pueblo del norte de España, muy conocido por los peregrinos que hacen el camino de Santiago. Aunque nunca me sentí del pueblo, he de decir que es muy bonito. Es un pueblo muy turístico, donde sus calles adoquinadas, sus pazos encantados, sus grandes muros de piedra y sus arcos legendarios, te transportan a aquellos días del medievo. Días en los que en vez de bares había cantinas, y los supermercados, de hoy,eran puestos en las calles donde podías comprar desde fruta, flores, pescado, etc...A día de hoy cada domingo puedes encontrarte ,mujeres vendiendo en el casco viejo del pueblo,aunque sea ya más por un reclamo turístico,más que por necesidad.Tenemos una ría que es visita obligada,para todos los turistas,unos  esperan ver el pez dorado de la leyenda de los enamorados, y otros quieren ver la cara de Carmeliña la niña que desapareció en el mar y por las noches,recorre el pueblo en forma de niebla. Por la mañana el sol se refleja en sus aguas haciéndolo parecer  un mar de plata ,iluminando un día  de invierno, como si fuera verano. En las noches de invierno Carmeliña en forma de niebla emerge de la ría y se adentra entre las calles dándole al pueblo un aspecto tenebroso, qué sumado al olor a humedad, la oscuridad, y las miles de leyendas, cuentos e historias que van de boca en boca, son capaces de asustar hasta al más valiente. Pero desde pequeña ya naces con miles de leyendas a tu alrededor, tal vez por eso ya no nos impresionan tanto,a los que somos del pueblo. Mi abuela, una gallega de nacimiento, pero una andaluza de sentimiento, era pasión lo que sentía por Andalucía. Le encantaba la alegría de sus gentes, la luz de sus días, los colores alegres de sus ropas, pero lo que más le gustaba era el flamenco. Quizás por eso, por escuchar como la voz de mi abuela se volvía tenue y aterciopelada cada vez que hablaba de esa tierra donde el sol te abrazaba todos los días del año. Quizás por eso yo me encariñe de todo eso que tiene Andalucía. En unas vacaciones decidí viajar a Andalucía, concretamente a Almería. Cumplí mi mayoría de edad en tierras Almerienses, entre el mar mediterráneo y el desierto. No tarde en hacer amigos, la gente me trato como si ya me conocieran de siempre. Cariñosos, amables y acogedores, son las palabras que más los definen. Una vez instalada y descansada del viaje, pude ver con tranquilidad todo a mi alrededor. Lo primero que me sorprendió fue ver sus montañas, rocosas y escarpadas desnudas de árboles, con apenas algún arbusto con una gran distancia los unos de otros. Otra de las cosas que me sorprendió fue que no se utilizaba la palabra bosque cuando se referían a un lugar de montaña y naturaleza, y si lo pienso bien, tenía hasta su lógica. Bosques, bosques no eran, y en su lugar utilizaban la frase, ir a la sierra, o ir a la montaña. Parte de esa desnudez vegetal era culpa del clima, los días eran muy secos y la lluvia solo nos visitaba dos veces al año. Descubrí entre sus riquezas,la gastronomía mediterránea, probando unos pequeños bocados de todo, llamados tapas. Son como platos delicatesen, pero en miniatura. Al cabo de un mes fuimos a Granada. Al llegar allí, un aire de sentimiento se apoderó de mi y  por qué no decirlo, un poco de morriña también. Recordé una bella  frase del escritor granadino, Federico García Lorca: Granada, la Galicia del sur. Y tenía razón, no sé si por el frio, la niebla, o la humedad me recordaba a mi tierra. Y tenía razón, no sé si por el frio, la niebla, o la humedad, pero me recordaba a mi tierra. Fuimos a La Alhambra de Granada, ahora entiendo por qué es una de las siete maravillas del mundo. Impresionante, me quede sin palabras. Nos fuimos casi al atardecer, no sin antes disfrutar de esos últimos rayos de sol iluminando la cuidad de Granada. Eche una última mirada a la Alhambra, jurándome volver en otro momento. En ese mismo instante de acorde de Aixa, la madre de Boabdil, y la frase célebre, no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre. Esa frase cobra vida cuando te vas alejando y no puedes dejar de mirarla, una autentica maravilla que debió doler abandonar. Cuando visitas La Alhambra, entiendes bien esa frase. Volvimos a Almería. Tocaba descubrir la costa, pero lo que no me pensaba encontrar eran calas vírgenes donde casi nadie había estado, playas kilométricas donde se divisaba África y hasta playas tan famosas, donde se había rodado películas y series de cine. Almería tierra de cine, es su eslogan publicitario. Muchas de las películas del western fueron rodadas aquí, un leve cosquilleo recorrió mi cuerpo ¡estaba pisando suelo de cine!, era increíble. A la hora del almuerzo pidieron un plato muy típico de aquí, migas. Según me contaron era una tradición comer migas un día de lluvia, pero con lluvia o sin lluvia estaban muy buenas. Me contaron que era una comida de aprovechamiento cuando sobraba pan. Y sin pensarlo mucho vino a mí un postre que mi madre hacía, cuando sobraba pan, y a mis hermanos y a mí nos encantaba. Mi madre lo llamaba coca de pan. Pero con los años descubrí que no era más que un pudin, aunque el de mi madre tenía un toque especial. Al poco empecé a trabajar, me costó adaptarme a vivir sola, y a trabajar todo el día. Se trabajaba de lunes a sábado, pero terminabas tan cansada que no te apetecía ni salir de fiesta, y eso que dicen que en Andalucía no se trabaja. Los años en Almería se me pasaban muy rápido. Dicen que cuando te lo pasas bien, el tiempo vuela pues la verdad es que se me pasaban las semanas volando. Estaba tan entretenida con amigos, trabajo, etc. Que casi no echaba de menos Galicia, aunque sin quererlo la tenía siempre presente. Ese sentimiento se acentuaba cuando llegaba la navidad. Acostumbrada a grandes reuniones familiares donde pandereta y la guitarra no paran de sonar en toda la nochebuena. Mientras los hombres encendían la barbacoa, a las tres de la madrugada las mujeres se preparaban para hacer chocolate con churros para servirlo a las cinco o las de la madrugada, una nochebuena que dura hasta terminar el día 25 de diciembre por la noche. Yo pasaba mis terceras navidades sola. Muchos amigos me invitaban a sus casas, pero eran días de familia y nunca acepte esas invitaciones. En esos días si, echaba de menos mi Galicia, mi gente, y las costumbres navideñas familiares. Una de las cosas que más me llamo la atención en Almería era que no se cantaban en esos días, no que estuviera prohibido, es que no había esa tradición. Se pasaba la velada, tranquilamente hablando, o contando chascarrillos. De todas las provincias de andaluzas que visité, ALMERIA es la más seria, quizás porque sus gentes trabajan todo el día, y el trabajo del campo es muy agotador, o quizás como algunos me cuentan por aquí, se parece más a la gente murciana, más que a Andaluza. En Galicia no hay reunión sea navidad o una simple reunión de amigos que no canten. Eran en estos días de navidad, donde me paraba a pensar si verdaderamente Almería era mi lugar. Quise echarle la culpa a estos días de fiestas, que me hacían sentir sola, triste, y a veces hasta olvidada por mi familia. Una vez que pasaron estas fechas seguí conociendo un poco más de Andalucía, visité Sevilla, Málaga, Jaén etc. Ya llevaba seis años en Andalucía, y todo lo que veía me gustaba, pero dentro de mí siempre había un, pero...Es bonita, pero mi calle…Es grande, pero mi iglesia...Es un día precioso, pero...Y los peros, empezaron a convivir conmigo todos los días. Me gustaba Andalucía, pero echaba de menos mi tierra, nunca pensé que llegaría a decir esto, pero echaba de menos hasta la lluvia. Viví un año más en ALMERIA, y descubrí verdaderos tesoros, entre mar y montañas, pero los peros de mi tierra cada día eran grandes. Terminé mi contrato de trabajo y el del alquiler también, era ahora o nunca. Hice las maletas llenas de ilusión, como si fuera de vacaciones a mi lugar favorito, mientras doblaba la ropa, guardaba mis recuerdos, y echaba un último vistazo a mi casa, que ya la había convertido en mi hogar, fue inevitable que una pequeña sonrisa, acompañada de unas lágrimas hicieran acto de presencia. Sietes años de mi vida en tres maletas, y mil recuerdos que vivirán dentro de mi para siempre. Solo mi casera, que aparte de casera, siempre fue mi amiga sabía que me iba, y la tenía a mi lado regañándome y disimulando con un pañuelo de papel secándose a cada momento las lágrimas. Como te vas a ir sin despedirse de nadie, no lo entiendo, me repetía un

una gallegandaluza 2

Muchas de las películas del western fueron rodadas aquí, un leve cosquilleo recorrió mi cuerpo ¡estaba pisando suelo de cine!, era increíble. A la hora del almuerzo pidieron un plato muy típico de aquí, migas. Según me contaron era una tradición comer migas un día de lluvia, pero con lluvia o sin lluvia estaban muy buenas. Me contaron que era una comida de aprovechamiento cuando sobraba pan. Y sin pensarlo mucho vino a mí un postre que mi madre hacía, cuando sobraba pan, y a mis hermanos y a mí nos encantaba. Mi madre lo llamaba coca de pan. Pero con los años descubrí que no era más que un pudin, aunque el de mi madre tenía un toque especial. Al poco empecé a trabajar, me costó adaptarme a vivir sola, y a trabajar todo el día. Se trabajaba de lunes a sábado, pero terminabas tan cansada que no te apetecía ni salir de fiesta, y eso que dicen que en Andalucía no se trabaja. Los años en Almería se me pasaban muy rápido. Dicen que cuando te lo pasas bien, el tiempo vuela pues la verdad es que se me pasaban las semanas volando. Estaba tan entretenida con amigos, trabajo, etc. Que casi no echaba de menos Galicia, aunque sin quererlo la tenía siempre presente. Ese sentimiento se acentuaba cuando llegaba la navidad. Acostumbrada a grandes reuniones familiares donde pandereta y la guitarra no paran de sonar en toda la nochebuena. Mientras los hombres encendían la barbacoa, a las tres de la madrugada las mujeres se preparaban para hacer chocolate con churros para servirlo a las cinco o las de la madrugada, una nochebuena que dura hasta terminar el día 25 de diciembre por la noche. Yo pasaba mis terceras navidades sola. Muchos amigos me invitaban a sus casas, pero eran días de familia y nunca acepte esas invitaciones. En esos días sí, echaba de menos mi Galicia, mi gente, y las costumbres navideñas familiares. Una de las cosas que más me llamo la atención en Almería era que no se cantaban en esos días, no que estuviera prohibido, es que no había esa tradición. Se pasaba la velada, tranquilamente hablando, o contando chascarrillos. De todas las provincias de andaluzas que visité, ALMERIA es la más seria, quizás porque sus gentes trabajan todo el día, y el trabajo del campo es muy agotador, o quizás como algunos me cuentan por aquí, se parece más a la gente murciana, más que a Andaluza. En Galicia no hay reunión sea navidad o una simple reunión de amigos que no canten. Eran en estos días de navidad, donde me paraba a pensar si verdaderamente Almería era mi lugar. Quise echarle la culpa a estos días de fiestas, que me hacían sentir sola, triste, y a veces hasta olvidada por mi familia. Una vez que pasaron estas fechas seguí conociendo un poco más de Andalucía, visité Sevilla, Málaga, Jaén etc. Ya llevaba seis años en Andalucía, y todo lo que veía me gustaba, pero dentro de mí siempre había un, pero...Es bonita, pero mi calle…Es grande, pero mi iglesia...Es un día precioso, pero...Y los peros, empezaron a convivir conmigo todos los días. Me gustaba Andalucía, pero echaba de menos mi tierra, nunca pensé que llegaría a decir esto, pero echaba de menos hasta la lluvia. Viví un año más en Almería, y descubrí verdaderos tesoros, entre mar y montañas, pero los peros de mi tierra cada día eran grandes. Terminé mi contrato de trabajo y el del alquiler también, era ahora o nunca. Hice las maletas llenas de ilusión, como si fuera de vacaciones a mi lugar favorito, mientras doblaba la ropa, guardaba mis recuerdos, y echaba un último vistazo a mi casa, que ya la había convertido en mi hogar, fue inevitable que una pequeña sonrisa, acompañada de unas lágrimas hicieran acto de presencia. Siete años de mi vida en tres maletas, y mil recuerdos que vivirán dentro de mí para siempre. Solo mi casera, que aparte de casera, siempre fue mi amiga sabía que me iba, y la tenía a mi lado regañándome y disimulando con un pañuelo de papel secándose a cada momento las lágrimas. Como te vas a ir sin despedirse de nadie, no lo entiendo, me repetía una y otra vez. Lo siento no quiero ver lágrimas, no quiero ver caras tristes, no quiero que mi última imagen de vosotros sea esa. No, no podría soportarlo, los llamaré uno a uno para despedirme, cuando llegue a Galicia. De camino al aeropuerto le pedí al taxista que se diera unas vueltas por calles donde, estos siete años había vivido. La cafetería de Mery, punto de encuentro, a cualquier hora, siempre encontrabas a alguien, si no estaban en sus casas, estaban allí. El armario de tu casa, donde Montse, la dependienta siempre nos guardaba, la ropa más exclusiva. El parque de Tomás, que así lo habíamos bautizado porque un día Tomás se quedó dormido después de una noche de juerga. Tenía un nudo en la garganta, quería irme de allí, pero no me salían las palabras para decirle al taxista que fuéramos ya para el aeropuerto. Como si me leyera el pensamiento, el taxista se encaminó, hacia el aeropuerto. Eche una última mirada, como despidiéndome de alguien que quieres mucho y no hacen falta palabras para decirlo. Sentada en el avión, tenía un sentimiento cruzado, estaba contenta porque volvía a mi casa, pero a la vez muy triste porque dejaba amigos que eran como familia, y me planteaba, que quizás había sido una egoísta, por no despedirme de la gente que tan bien se habían portado conmigo. Por un momento, me hubiese gustado, que estuvieran allí mismo para despedirme, no lo había hecho bien, y seguro estarían enfadados conmigo, mejor irme. Y ya luego los llamaría e intentaría explicarles. Mire una última vez el móvil antes que la azafata dijese de desactivar móviles. Había tres mensajes de wasap, todos de Amelia mi casera, seguramente para volver a recriminarme que no me despidiera, y deseándome lo mejor, dude en abrirlo. Pero lo abrí, decía: por favor mira por la ventanilla. Mire sin saber muy bien que mirar, al fondo en la última cristalera de la terminal, había una gran pancarta sujeta por miles de manos y un montón de gente detrás de la pancarta. Me levanté fui al lado derecho del avión lo más cerca posible de la cabina para poder leerlo bien. Seguro sería alguna huelga de pilotos, o algo así, y me avisaba de eso. Según me acercaba podía ver que las letras que todavía no le encontraba sentido, estaban escritas con los colores de la bandera andaluza, y gallega. Estaba temblando, TE QUEREMOS GALLEGA-ANDALUZA.Y las lágrimas no se hicieron esperar, al ver que los que portaban la pancarta eran todos mis amigos, hasta Mery había cerrado el bar, por despedirme, Montse, Juan, Pepe, Tamara, Amelia, Luis, Pedro, Yuli, Marta, etc.…Lloraba y reía a la vez. Estoy segura de que volveré a ALMERÍA, y esta vez, con más motivos que la primera. En Almería tenía otra familia. Andalucía vive dentro de mí, y siempre seré una GALLEGANDALUZA.